Hace
años, bajo el modelo del turismo de masas, no se hablaba de producto turístico,
sino de “paquete turístico”: la fórmula bajo la que se comercializaba la mayor
parte de los viajes vacacionales de sol y playa, y otros circuitos turísticos.
Un paquete sencillo, que incluía hotel y alojamiento. Por otra parte, la propia
Organización Mundial del Turismo establecía que la “oferta básica” era el
alojamiento, mientras que los demás servicios turísticos constituían lo que
llamaban “oferta complementaria”. Esta visión, que hacía del hotel el centro de
la oferta turística, ha quedado claramente superada y ha sido sustituida por un
enfoque de marketing, que propugna el diseño de la oferta a partir de las
características y requisitos de la demanda, aspectos que también han de tenerse
en cuenta a la hora de planificar la comercialización y la promoción.
El
concepto de producto turístico es relativamente reciente y tiene que ver, por
tanto, con la evolución y segmentación de los mercados. Podemos considerar que
desde el punto de vista del destino, un producto turístico es un conjunto de
prestaciones y elementos tangibles e intangibles que incluyen recursos y
atractivos, equipamientos e infraestructuras, servicios turísticos y
actividades recreativas, así como imágenes y valores simbólicos- que ofrecen
unos beneficios capaces de atraer a grupo determinados de consumidores, porque
satisfacen las motivaciones y expectativas relacionadas con su tiempo libre.
Desde este punto de vista, el producto turístico supone la integración de
diferentes componentes de la oferta, controlados por diferentes organismos
públicos y por una variedad de operadores privados, ninguno de los cuales
ejerce un control directo sobre el resultado final.
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